miércoles, 11 de febrero de 2015

RECETARIO DEL ALMA: Salud o Enfermedad

Una cosa es procurar tener una alimentación diaria, saludable y otra cosa es combatir una enfermedad. La primera promueve la salud, el bien-estar; la segunda combate un diagnóstico de enfermedad o mal-estar. Para ello, es importante reconocer la diferencia porque su manejo es diferente.

Tal es el caso que nos comparte la familia Rico Jiménez, una de las cinco familias que abren su hogar a la serie televisiva del ‘reality’ HERMOSA ESPERANZA. El pequeño Sebastián, con tan solo unos meses de edad, ya sufre de lipidemia (aumento de ácidos grasos en la sangre), no solo por tratarse de una predisposición genética de sus padres, sino por comer lo mismo que comen los adultos, sin seguir una alimentación adecuada a su edad.
Lo vemos en la vida. (Ej.: No podemos dar toda la información sobre sexualidad a los hijos. Tenemos que administrarla según su edad). De igual forma, la alimentación requerida para el desarrollo de un infante, no es la misma que requiere un adolescente o una persona de la tercera edad. Es importante saber qué tipos de alimentos o qué educación requiere cada hijo, adecuándolas a su edad y condición. No todos somos iguales.

En el caso de Sebastián ya no se trata de alimentarlo para que crezca sano, sino para que repare un daño. Su manejo alimentario debe ahora seguir una prescripción médica específica.
La detección oportuna de enfermedades nos permite intervenir anticipadamente al riesgo para evitar que se desarrollen complicaciones. En caso de una enfermedad, se requiere revertir el proceso de destrucción, reforzando la reparación y reconstrucción de tejidos, órganos y sistemas, dañados. Para ello, tenemos que poder identificar la diferencia (o admitir que no conocemos y buscar ayuda profesional). El seguir consejos de madres, suegras o amigas quienes, con buena voluntad comparten mitos y tradiciones, no basta (Ej: revertir el mito de creer que mientras más ‘gorditos’ los hijos, más saludables y fuertes).

Desgraciadamente, los padres somos los que sin saberlo, más dañamos a nuestros hijos. Lo peor es que lo hacemos por amor.

 
 
 
 
El desconocimiento que tenemos sobre los procesos de salud y enfermedad no nos permite alimentar a nuestros hijos con alimentos saludables, adecuados a las porciones que requieren en cada etapa. Lo mismo ocurre cuando dejamos sin alimentar el desarrollo de su alma, cortándoles las alas a sus sueños y esperanzas (ej.: al ridiculizar sus aspiraciones o su ingenuidad). Tenemos que reconocer nuestras propias limitaciones y fortalecer nuestro desarrollo personal, buscando información actualizada, comiendo saludablemente nosotros primero, reforzando nuestra confianza y enseñando con el ejemplo, para siempre reforzar la HERMOSA ESPERANZA DE QUE SÍ ES POSIBLE EL CAMBIO.
 

 

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